lunes, 4 de agosto de 2014

El ciclo del agua

No dejamos que se desparrame por el suelo ni que la absorba la tierra sedienta. La acumulamos con ansía primitiva, en las bolsas que el tiempo va agrandando sin piedad bajo nuestros ojos. Sabemos que somos ella y por eso somos tan reacios a escaparnos de nosotros mismos. Abarcamos cuanto podemos en las calas que talla el tiempo y adiestra la vida, como si el escozor en su brote lo produjeran afilados diamantes en lugar de la salada impotencia. Sin embargo, a pesar de toda esa lucha, la debilidad nos recuerda de cuando en cuando que no podemos frenar el ciclo. Los ojos solo responden a su lugar en la cadena, después de que los dientes apretados, los puños cerrados, la garganta encogida y el corazón desbocada hayan dicho basta. Y fluye el agua, y nos escuece, y nos reseca las mejillas, y anega nuestros anhelos, y limpia el camino de una necesidad irrechazable, y las gotas caen… Y, con el tiempo, reconocemos la calma que trae el olor a lluvia.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario