Me contaste un montón de veces cómo
conociste a mamá aquel día. Incluso recuerdo cuando en esas horas de agonía en
las que los mecanismos del reloj de tu memoria se empeñaron en jugar
caprichosos, aún creías estar allí, y me hacías cómplice de tus estrategias
para acercarte a esa bella muchacha. Su sonrisa, ¡ay!, su sonrisa, epítome de
la belleza y también salvaguardada compuerta que te fue dando paso, primero a
hurtadillas y después con la pompa y la oficialidad requeridas por aquel
entonces. Siempre estaré orgulloso de ser hija de esas sonrisas, la suya ya
mencionada y la tuya, inevitable, cuando hablabas de ella. Por eso he querido
venir a esta celebración, para brindar por esa felicidad que me enseñasteis a
disfrutar y a merecer. Va por vosotros.
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