Nos hemos acostumbrado a un mundo de
unos y ceros. Sus combinaciones exponenciales podrían recubrir toda la
existencia hasta abarcarla cuantas veces pudiéramos imaginar. Todos parecemos
medir el mundo en unos y ceros. Unos, completos, mayores, llenos de contenido y
perfectamente desarrollados. Ceros, vacíos, fracasados, inexistentes sin su
par. Apenas hay lugar para la rebeldía que aporta atreverse a poner una coma
para reivindicar la transición entre los dos valores dentro de cuyos límites nos
quieren subyugar a vivir. La riqueza de ese matiz, ampliable hasta la
periodicidad pura, tiene un sabor a pelea al que algunos no estamos dispuestos
a renunciar. Larga vida a los decimales.
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