Solo nos percatamos de la existencia de
bisagras cuando emiten un chirrido molesto o cuando nos pillamos los dedos con
ellas. Si no hay problemas, si funcionan, se vuelven invisibles mientras se
encargan de cargar y regular el peso de los elementos en transición a los que
están inexorablemente unidos. La falta de fluidez en su movimiento o el
inconsistente encaje de sus piezas son llamadas de atención tan útiles
puntualmente como vanas pasado un tiempo. El largo plazo no tiene bisagras porque
es una bisagra en sí mismo. Es la más trabajadora, consistente, tenaz,
silenciosa, discreta y sufrida conjunción que existe, conformada a base de
manos, palabras, abrazos, lágrimas, dientes apretados, toses, temblores de frío
y cabezas gachas para soportar los bruscos vaivenes a los que vive abocado el
inabarcable peso de nuestra existencia.
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