Somos indolentes porque el reto se
termina al cruzar la línea. Participar colma nuestra ambición hasta sedarla.
Conocemos contrariedades, no problemas. Siempre hemos vivido en el medio del
cuadrilátero, sin haber necesitado jamás apoyar los hombros en las cuerdas. El
olvido es para nosotros un ejercicio automático que no supone ningún esfuerzo.
Nadie nos ha enseñado a distinguir el sabor de los logros. Somos tan indolentes
que ni siquiera nos esforzamos por alcanzar la desidia.
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