En ese punto en que el silencio llena
los ojos, los recuerdos escalan por el filo de la garganta. Clavan sus garras
por supervivencia, pues saben que si no llegan a su destino acabarán atrapados
en el nudo que un poco más abajo teje continuamente el vacío. Minuto a minuto
se hacen fuertes en su lucha contra la razón y el dióxido. Se nutren de
proyecciones viciadas, de aberraciones intangibles y de traiciones acordadas
como placébico castigo. Para ellos, las lágrimas no descienden, sino que ejercen
de sherpas con una firmeza inusitada. La memoria espera calmada en la cima,
sabedora de que lo más duro para ellos y para el terreno escalado, habrá pasado
cuando la alcancen.
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