Por más fuerte que restallen, sus
látigos no dejan de ser de sal, y se disuelven con el golpe antes de que el
escozor pueda embestir a la sangre. Las manadas de reproches se desbocan cuando
el lazo de algunos razonamientos no puede tensarse más. Al final, corretean
desubicados durante un tiempo hasta que la memoria les ofrece una parcela para
pacer.
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