Todo el mundo las llama arrugas. Yo
prefiero pensar que son grietas. El tiempo nos va estirando y, como el material
es el mismo, acaba por resquebrajarse silenciosamente. Se filtra
inevitablemente lo que un día fuimos, sin que nunca lleguemos a estar seguros
de si nos sobra o no. Las humedades nos ablandan por fuera y por dentro hasta
desconchar las estructuras de cuya firmeza presumíamos tiempo atrás. Por
suerte, alguien (quizá nosotros, quizá otras personas) nos avisa del deterioro
y nos conmina a una rehabilitación. Una rehabilitación no es una
reconstrucción, no se trata de demolernos o de pretender llegar a estar como
recién edificados. Se trata de tener la honradez suficiente para dejarse dar
manos de cemento, masilla y silicona donde lo necesitamos.
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