Tienes cuarenta segundos para condensar
setenta muertos, dos mil parados o tres mil millones de euros. Las palabras
avanzan en dirección contraria y quizá a nadie le importe lo que contengan.
Puedes pensar que tus cuarenta segundos valen más que los de la mayoría, pero
al final lo que cuenta es que ocupan lo mismo que otros cuarenta segundos.
Debes realizar las torsiones necesarias, aunque tiren o duelan, porque no
tienes más remedio que adaptarte a esos cuarenta segundos. Y, cuando al final
lo consigues, y ese bloque de cuatro decenas se ha agotado, te das cuenta de
cuánto anhelas aquellos momentos en los que cuarenta segundos cundían de
verdad.
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