El trazo que dibuja los grilletes opacados
nos ata sin pensarlo a postes de desidia.
La mano que siembra atajos desmadejados
no logra convencernos
para asaltar la ambición.
La lluvia que anega el pasto adormecido
forra de óxido al terco malestar.
El aliento que seca barros orgullosos
no consigue despegarnos
de la ficticia realidad.
nos ata sin pensarlo a postes de desidia.
La mano que siembra atajos desmadejados
no logra convencernos
para asaltar la ambición.
forra de óxido al terco malestar.
El aliento que seca barros orgullosos
no consigue despegarnos
de la ficticia realidad.