Tatué un mosaico de horas perdidas
sobre los hombros de un gigante.
Al terminar sentí la punzada de su reflejo
ejerciendo de estocada perenne
que nunca acaba de condenarme al infinito.
Quise borrarlo con arañazos y lamentos,
confiando en que nunca viniera a buscarme.
La tenaz mano del arrepentimiento
se encargó de restaurar cada detalle
tiñéndolo con la fina lluvia de la desdicha.
sobre los hombros de un gigante.
Al terminar sentí la punzada de su reflejo
ejerciendo de estocada perenne
que nunca acaba de condenarme al infinito.
confiando en que nunca viniera a buscarme.
La tenaz mano del arrepentimiento
se encargó de restaurar cada detalle
tiñéndolo con la fina lluvia de la desdicha.