Me ofende el cuarto menguante.
Desgarro con carcajadas las hebras de su
silencio
con el afán de hacer que mute
en perpetuo cuarto creciente.
La sangre solo corre cuando no sabe
dónde va.
Ahora se cuaja avergonzada
a los pies del paraíso.
Se instalan las dentelladas
en la trastienda de la razón.
Nos devoran con mensajes
de inmaculada impureza.
La tinta borra el rastro de la condena.
Se derrama iluminada
en las mejillas de la calma.
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