Diez minutos dan de sí
para absorber un último sueño,
para desafiar a las matemáticas
o para mecer el hielo.
Este rato también vale
para rebañar un recuerdo
que asumí extraviado
tras perseguir tus bolsillos.
Da para dos o tres canciones,
cuatro líneas mal talladas,
algún ejercicio de fe
e incluso ninguna certeza.
Siempre se están terminando
los momentos que pedimos prestados
al agobio del silencio
cuando aparentamos que no existe.
¡Por supuesto que sirven de algo!
Todavía podrías leerme
en esos mismos diez fragmentos
que emplearás en olvidarme.
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