que el silencio
era el mejor mensaje.
Lecciones a
posteriori
aprendidas a base
de ir tallando
derrotas
en el corazón.
Nunca terminan de
bastarme
los perdones que
tengo ahorrados.
Los dejo crecer
con mimo
y cuando pienso
que son suficientes
se vuelven
minúsculas lágrimas
huyendo del
naufragio de mis ojos.
A veces cuento
mis cicatrices
para saber cuánto
he cambiado.
Se posan sobre mi
alma
con la discreción
adecuada
para que no me
arrepienta
de haber errado
contigo.
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