Da igual que estuviera lleno o vacío, el
vaso estaba medio roto. Entre los pedazos, abrazados todavía entre sí, se
intuía un atardecer lánguido y poco glorioso, como aquellos otros que se habían
dedicado a ir royendo las grietas en semanas anteriores. Le daba igual por
dónde terminara escurriéndose todo. Estaba centrado en el desapego, en la
desaparición, en el borrado. La antesala de una quiebra inminente le atraía de
un modo tan hipnótico que acabó olvidando la inexorable solidez de sus venas.
precioso.
ResponderEliminarGracias por tu comentario y por visitar el blog. :)
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