lunes, 11 de agosto de 2014

Cuello enrojecido

Ha conseguido llegar a tiempo a la estación a pesar del tráfico, que no tiene vacaciones ni en agosto. Tras unas vueltas y varias consultas a carteles a veces contradictorios, ha conseguido encontrar la puerta por la que saldrá. Después de cerca de diez minutos, en los que decenas de rostros importantes para otros se han desenfocado ante él, la ha visto. Viene medio cojeando por el efecto de una ampolla en su pie izquierdo, con el cuello enrojecido por el exceso de sol y unas blanquecinas tiras delatoras del bikini. Menos pronunciadas que otras veces, sus ojeras han vuelto con ella, algo que no parecen haber hecho las gafas de sol en vista del gesto arrugado que trae para que no le molesten los reflejos de la recargadísima iluminación en sus ojos. En ese punto, nada le reprime sus ganas de correr hacia ella, quien le mira con gran extrañeza ante ese gesto. Lo que ella no entiende es que donde otros verían una princesa, una diosa o un hada, él ve un cuello enrojecido, unas tiras blanquecinas, unas ojeras y un gesto arrugado. Y es lo que más le gusta en el mundo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario