A veces es inevitable notar el escozor
producido por las esquirlas de la inmundicia, esas que saltan desde la chatarra
que alguien lija con sus torpes manos porque cree estar puliendo un diamante.
Esos pequeños fragmentos se clavan y provocan un sangrado inicial
desmesuradamente profuso para el verdadero tamaño del rasguño producido. La
primera impresión es aterradora, sí. Sin embargo, el tiempo agradece que de
cuando en cuando se produzcan esas pequeñas llagas, porque le gusta alimentarse
de esas tenues cicatrices para regurgitar después el oxígeno con el que el
herido respira profundamente hasta saciarse del oxígeno que le recordará, tarde
o temprano, lo nimios e insignificantes que son en realidad esos cortes.
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