“Dolor en tus caricias”. No podía
quitarse esa frase de la cabeza, ni habría imaginado nunca que la metáfora de
esa canción pudiera alcanzar la literalidad. Al verla sentía que era como esos
frascos ornamentados con sal de varios colores. Preciosa, sí, pero cualquier
roce acabaría por romperla, y el viento se iría llevando ese interior que se
deshacía como un mojado terrón del más dulce azúcar. ¿Quién era él para
protegerla? ¿Quién era él para liberarla? Él podía ser muchas cosas, pero no
era ella. Y ella era mientras iba, poco a poco, dejando de ser.
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