Los pisos vacíos le incomodaban tanto
como los de decoración excesivamente recargada. El rebote de las pisadas sobre
las paredes desnudas no dejaba de traerle a la cabeza un desagradable
sentimiento, irracionalmente aciago, que ni él ni, por supuesto, el comercial
de la agencia inmobiliaria compartían.
—Sigo sin verte
convencida. A mí me parece que está en buena zona.
—Como ven, los
materiales son excelentes —añadió el trajeado y engominado comercial—, y hay
espacio para todo lo que quieran.
—No me importa si
entran más o menos muebles —respondió ella, mirando al techo—. Lo que importa
es si aquí cabe mi vida.
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