Dando vueltas para encontrar
una plaza en la que aparcar
los añicos, las dudas y las ausencias,
cediendo el paso constantemente
a mañanas dibujadas por otras manos
en las que nunca aparece nuestro nombre.
Cada cruce parece un barranco
tras estas ventanillas tintadas de rutina
donde todo sabe a distancia.
Si logramos bajarlas con paciencia y tesón
podremos respirar la esperanza
que nos guíe hábilmente hasta nuestro destino.
una plaza en la que aparcar
los añicos, las dudas y las ausencias,
cediendo el paso constantemente
a mañanas dibujadas por otras manos
en las que nunca aparece nuestro nombre.
tras estas ventanillas tintadas de rutina
donde todo sabe a distancia.
Si logramos bajarlas con paciencia y tesón
podremos respirar la esperanza
que nos guíe hábilmente hasta nuestro destino.
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