Siempre
hay un borracho que te sonríe con un gesto afable, que no deja de ser una
amenaza o, en el mejor de los casos, una súplica para solicitar desesperadamente
que deslices la soga desde su cuello hasta tu cintura y trates de remolcarlo a
un pasado que nunca será el suyo. No lo será porque es tu presente, que observa
impasible cómo el nudo serpentea por su garganta en cada trago.
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