Se sienta cansado pero satisfecho.
Apenas entra por su ventana un destello de luz casi horizontal, lo poco que le
sobra al sol a estas horas en una zona tan recóndita. Mira la puerta
entreabierta de lo que fue su habitación y lleva siendo tanto tiempo un inagotable
almacén. Todavía quedan muchísimos regalos, puede estar tranquilo. A pesar de
que los niños y los padres cada vez le ayudan menos con su egoísmo voraz, tiene
margen para seguir abasteciendo sus demandas. Lo piensa mientras vuelve a mirar
su foto, con esa sonrisa que ella también parecía tener retratada
permanentemente mientras vivía. No la perdió ni siquiera el día en el que la
muerte le impidió seguir el ritmo de su amado. Desde entonces, él se dedica a
repartir una vez al año fragmentos de ese montón de regalos que tenían
acumulados para dárselos a los hijos que nunca tuvieron. Prefiere que le llamen
Papá Noel porque, como le recuerda la lágrima rebelde que se balancea en su
mejilla, Santa, la verdadera Santa, era ella.
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