miércoles, 31 de diciembre de 2014

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Dicen

Dicen que no entiendo porque no salgo en sus cuentas. Dicen que no entiendo porque no caso con sus frases. Dicen que no entiendo porque mi naturaleza no cabe en su geografía. Dicen, dicen, siguen diciendo y yo les digo que no me hace falta entender, porque yo sé que comprendo. Comprendo que haya quien desde hace años escogiera navidades negras. Comprendo cuando me miran unos ojos nacidos al final de la tierra. Comprendo la dureza de unas almas más tiernas que mi nombre. Comprendo cuando sus manos se ponen en sus mejillas porque a veces necesita un paraguas con el que proteger su sonrisa. Comprendo cuánto vale un sobresaliente en generosidad, sobre todo cuando proviene de licenciados en cariño. Comprendo que su piel es blanca porque está hecha de azul del cielo y tonos de verde esperanza con los que dar una mano al silencio. Y comprendo que despejarán la ecuación con el viento de su fuerza.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

En medio de la nada

Querida Miriam:
Te escribo otra carta que, como las anteriores, no sé si será la última. En realidad aquí nunca sabes cuándo será lo último de nada, porque todos suponemos que el final está infiltrado entre nuestras tropas, aunque solo algunos tienen la desgracia de desenmascararlo. Ya sé que apenas tienes edad para balbucear y que aún tardarás en aprender a leer. Sin embargo, somos lo que hacemos, y decir y escribir también es hacer. Si no regreso, nunca sabré cómo me imaginarás, así que al menos quiero dejarte estas palabras para ayudarte a que traces parte de mi perfil mientras mi mente te esculpe en silencio. En realidad no tengo nada más que dejarte, ya que, si muero antes de volver, no creo ni siquiera que os llegue una mota de las cenizas que conformarán ese cuerpo derruido en el que me habré convertido.
Nunca he aspirado a ser un buen narrador, y ni siquiera si lo fuera podría contarte novedades sustanciales con respecto a mis cartas anteriores. Aquí, incluso en los días en los que hay más acción y movimiento, la nada termina por devorarlo todo. Paradójicamente, ese parece ser nuestro objetivo y el de quienes pelean contra nosotros: conseguir que la nada termine imponiéndose a todo.
A veces pienso que, en algunas cosas, vivimos una vida en la que experimentamos sensaciones parecidas. El dolor, el hambre, el frío… ambos nos hemos visto obligados a convivir con ello al habernos encontrado de buenas a primeras en un entorno muy distinto a aquel que nos otorgaba una placidez envidiable solo unos meses atrás. La diferencia entre nuestras hambres, nuestros dolores y nuestros fríos es que, si me lo permites, los míos se ven agudizados por el peso de lo incomprensible. Tú aún tardarás en reconocerlo, pero aquí los que dan órdenes desde cuarteles protegidos y los que las ejecutamos entre barro, sangre y alambre de espino solo nos diferenciamos en los años que se tienen ahorrados en el zurrón de los párpados.
Por eso te escribo, porque aquí la recompensa no es la victoria sino el tiempo, ese que, si consigo volver, emplearé en demostrarte que esto no sirve para nada, que solo vivir sirve para algo, que si muero nunca aceptes que digan que fui un héroe, como tampoco quiero que lo admitas si logro sobrevivir. En la guerra no se es víctima, ni mártir ni verdugo, porque en el momento en el que te atrapa comienzas a no ser nada. Ojalá te pueda ver crecer pero, si eso no sucede, solo te ruego una cosa: no dejes nunca de ser, Miriam.

(Texto publicado originalmente en el blog de los clubes de lectura organizados por la editorial Playa de Ákaba.)

domingo, 7 de diciembre de 2014

Equinocio

Recuerdos que se funden entre estaciones,
de guion el calendario para no improvisar.
Pasado el fuego, es tiempo de cosechar calor
hasta adaptar nuestra luz a un brillo traicionero.

Vendimiar experiencia apretando la almohada.
Voces más altas que otras trepan por la garganta.
Grabar escenas que van desde la comedia al drama.
Secuencias para llevar a los ojos amarradas.

Tener el mundo a nuestros pies y acariciarlo a patadas.
Retrovisores que nos enseñan la dirección acertada.
Ya sea en un tren que no ve la mañana
o en otro que va al fin de las montañas,
poner el despertador a la hora del futuro,
ser el presente sin que nos despierten.

Medios que comunican el ansia y el alma,
sueños que se visten con fe y con casta.