Para sentir que debes cambiar algo en tu
trabajo no hace falta que nadie te diga nada, ni siquiera hace falta intuir una
mirada de reproche entre tus superiores o tus clientes. De hecho, en este caso
no las hay, y puedo afirmarlo sin rubor puesto que tengo tiempo suficiente para
escudriñar las inquietas pupilas de cuantos acceden a rodearme en mi jornada
laboral. Mi puntualidad, mi pulcritud, mi trato y mi displicencia van más allá
de lo acordado con los escrúpulos y, sin embargo, notaba que necesitaba un estímulo
para aportar algo de frescura y variedad a mi rutina laboral. Nunca imaginé que
un simple cambio de postura supusiera un vuelco tan abrumador. Los centenares
de espaldas que he ajusticiado nunca podrán ser tan impactantes como la mirada
que acabo de rebanar con el tosco filo de mi hacha.
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