Clavó sus rodillas contra la hierba, y
cuanto más las hundía más ganas le entraban de saltar por los aires. La humedad
se haría cargo de extirpar la costra de cotidianidad de la que solo lograba
desprenderse en situaciones como aquella. Nadie en el gentío que le rodeaba se
paró a recoger esos fragmentos de miseria y evolución. Entendió entonces que el
suelo es tan egoísta como equitativo.
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