Nos oxidó la nostalgia.
Nos convirtió en amasijos
de un pasado deforme
manoseado por el ansia de ser otros,
aquellos a los que el espejo sonreía.
Nos desgastó la imprudencia.
Nos fue limando poco a poco
hasta hacernos marionetas
manejadas por las manos que eran nuestras,
aquellas que engatusaban a la conciencia.
Nos convirtió en amasijos
de un pasado deforme
manoseado por el ansia de ser otros,
aquellos a los que el espejo sonreía.
Nos fue limando poco a poco
hasta hacernos marionetas
manejadas por las manos que eran nuestras,
aquellas que engatusaban a la conciencia.